Me pasa a veces que me agarran unas ganas insoportables de escribir todo al revés. Que la última letra sea la primera y que lo que quede escrito sea todo lo contrario de lo que pensé. Pero me pasa que cuando me entran esas ganas al mismo tiempo mi cuerpo quiere bailar danzas que nunca aprendí y cantar canciones que nunca escuché para un público que no está ahí.
Y entonces siguiendo a la perfección la letra y coreografía improvisadas dejo de lado el magnífico proyecto de texto y doy saltos por el living de mi casa al son de los aplausos imaginarios que resuenan fuerte en mis oídos. Y siento que soy feliz.
Pasan una o dos canciones y pienso que después de ese cansancio un poco de agua y sentarme a sentir la música en la carne justo debajo de las uñas; vibrar tan sincero que merece preparar empanadas de carne para comer, porque cuando un día arranca así de increíble más vale aprovechar el envión y darle para adelante con toda la magia de mi repulgue y mis alpargatas gastadas, esas alpargatas que un día de estos sin que me de cuenta me van a terminar llevando hasta la cima del Aconcagua porque ellas cuando entran a caminar le meten duro y parejo hasta lo mas alto, con las mismas ganas con las que mi alma salta cuando por la mañana me agarran las ganas de escribir todo al revés pero termino bailando, cantando y revisando la heladera con los dedos cruzados pensando “por favor que quede relleno de carne, por favor que quede relleno…”
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